La expresión un cuento chino hace referencia a una forma elaborada de embuste que nos quiere hacer pasar como verdadero algo fabuloso e inventado. Está bastante claro que la fórmula no empieza a usarse hasta mediados del siglo XIX, pero como la etimología es una especulación recreativa, hay quien remonta su origen plausible a El libro de las maravillas de Marco Polo, para justificar ese prejuicio de que lo que llegaba de Oriente estaba plagado de exageraciones e historias increíbles. Más probablemente lo de un cuento chino como trola inverosímil tiene que ver con la llegada a Cuba de trabajadores chinos que fueron engañados para trabajar como semiesclavos en los ingenios azucareros.
Hablamos de 1847 y en adelante, cuando está documentada una llegada de culíes chinos a la isla. La esclavitud había sido formalmente abolida, pero a las colonias de ultramar seguían llegando esclavos y también estos primeros contingentes de trabajadores chinos, que desembarcaban con un contrato en origen que luego les obligaba a vivir en un régimen de explotación terrible. De esos mismos años y métodos proviene lo de que te engañen como a un chino.

Esos culíes chinos, que llegaron sobre todo a Cuba, también se asentaron en las Filipinas, Panamá, Chile y otros países. Incluso a Argentina arribaron para que alguno con más suerte que la mayoría de sus compatriotas acabase regentando una pulpería.
Algún día habrá que revisar la participación española en un tráfico de esclavos tardío que enriqueció a una parte no menor de la oligarquía barcelonesa y catalana. Pero aquí estamos hablando de otra cosa, de un desvío de la historia por el que hasta tal vez medio millón de culíes chinos (no hay cifra cierta) y un número similar de indios acabaron deslomándose en las colonias británicas y españolas. Debían –la explotación nunca cambia de prácticas; solo las perfecciona– pagar con su trabajo su pasaje y la comida que los mantenía con vida y que, por supuesto, solo se podía comprar en el economato del patrón. En fin, la hambruna los había echado de una China empobrecida, y se encontraron con una vida tan miserable que muchos optaron por el suicidio como forma de evadirse.
Pedro Sánchez hizo bien yendo a China y convirtiéndose en el embajador implícito de la UE
China siempre estuvo muy lejos, y el desprecio al chino formó parte de los hábitos de la segunda parte del siglo XIX y la primera del XX. La extensión del ferrocarril por Estados Unidos acabó con las vidas de numerosos culíes, por poner un ejemplo muy conocido.
Hubo un momento en que lo chino estuvo de moda en Occidente y el orientalismo fue adoptado por el modernismo. Véase, a modo de ejemplo, la casa de los Paraguas de la Rambla de Barcelona, con su mezcolanza de elementos egipcios y japoneses, y su gran dragón chino, que sostiene un paraguas (la casa Bruno Cuadros albergaba una tienda de paraguas; el negoci és el negoci ). Pero, de nuevo, China siempre nos ha quedado muy lejos.
China es hoy el gigante que ha despertado. Y su visión de ser un imperio de cinco mil años les hace creerse la cuna de toda la civilización. Es cierto, cometieron el error de encerrarse durante un tiempo, con la Gran Muralla como símbolo señero de su aislamiento, pero las aguas están volviendo a su cauce, pues el destino de China, en su visión ultranacionalista, es regir el orbe. Su tiempo histórico sigue establecido por sus dinastías imperiales, y su forma de datar –año tal del reinado de mengano, de la dinastía cual– les permite un sentimiento de pertenencia y continuidad en el tiempo que los lleva a ese nacionalismo exacerbado con sus ribetes de racismo, lo que no deja de ser una venganza histórica sobre Occidente.
Pedro Sánchez, con su acostumbrada audacia, hizo bien yendo a China y convirtiéndose en el embajador implícito de la Unión Europea en este tiempo marcado por Trump, el emperador loco. Y mientras vuelven, casi los mismos pero distintos, los mandarines y hay un aspirante a zar en Rusia, a España le corresponde, tal vez, contar una historia que no sea un cuento chino y asumir que puede haber un papel y una oportunidad para este país nuestro en el actual desorden mundial. Una forma de poder blando que venda nuestro modo de vida y que nos permita resituarnos en este tablero de xiangqi.