DINERO E INVERSIÓN
En resumidas cuentas

La liberación de los espejos rotos: el arte de vender humo

Donald Trump en el Despacho Oval
Donald Trump en el Despacho OvalAP
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Ayer lanzó la "liberación" arancelaria un hombre que ha convertido la política en un bazar. Habla de libertad, pero ¿de qué se libera un país cuando el sueño se paga con deuda y los muros se construyen sobre cifras falsas? Los números no tienen corazón, pero tampoco mienten: solo los que los manipulan. Y aquí, entre el polvo de fábricas cerradas y el brillo de Wall Street, Trump deja un rastro de espejos rotos. Cada uno refleja un embuste distinto.

El primero: "Protegeré su dinero". Los aranceles son tijeras en manos de un niño: cortan hilos sueltos y destrozan el tejido. Los hogares pagarán 800 dólares más al año por lavadoras, bicicletas o herramientas. ¿Quién gana? Un puñado de empresas que obtuvieron subsidios opacos, como flores artificiales en un desierto. Mientras, China ríe entre dientes y reubica cadenas de suministro en Vietnam. La globalización no se derrumba con gritos: se esquiva, silenciosa, como un río que busca otro cauce.

El segundo espejo: "Traeré empleos dignos". Pero la dignidad no cabe en contratos basura. En el Rust Belt, donde prometió resucitar acerías, hoy hay almacenes de Amazon y salarios que no alcanzan para un alquiler. La manufactura es un fantasma: ocupa el 11% del PIB, igual que un actor secundario en una obra que ya no se representa. Trump vendió nostalgia de postales, pero el capitalismo moderno exige código, no carbón. Mientras, los jóvenes estudian en universidades ahogadas por préstamos y preguntan: ¿para qué sirve un sueño si no alcanza para comer?

El tercer reflejo: "Los ricos también pagarán". Mentira de laca barata. Los recortes fiscales de 2017 fueron un abuso a plena luz: el 1% más rico acaparó el 83% de los beneficios. Las corporaciones, en vez de invertir, recompraron acciones para inflar sus cotizaciones. Un juego pirotécnico: bonos para ejecutivos, migajas para empleados. Mientras el S&P 500 subía como un cohete, los salarios reales caían. La desigualdad no es un efecto colateral: es el plan, la yesca para el incendio de las culpabilidades.

Y el cuarto espejo, el más peligroso: "América primero". Frase hueca que escondió una hemorragia geopolítica. Abandonar tratados, insultar aliados, adular dictadores. China, entretanto, tejió acuerdos en África y América Latina. Europa, herida por sus aranceles, aprende (despacio) a bailar sin Estados Unidos. Hasta Putin celebró: el desprecio de Trump a la OTAN fue un regalo envuelto en banderas. El aislacionismo no hace grande a nadie: solo convierte el poder en un eco lejano.

¿Qué queda tras el show? Un país que respira con un pulmón roto. Ciudades costeras dinamizan el 75% del PIB, mientras el interior se aferra a mitos de rifles y sermones. Familias divididas: los abuelos votan por muros; los nietos, por WiFi. La deuda pública, en máximos históricos, es una losa que aplastará a los que ni siquiera votaron.

La verdadera liberación no se decreta en mítines. Empieza cuando dejamos de creer que los problemas complejos tienen soluciones simples. Trump convirtió la economía en un truco de magia: ahora vean este empleo... ¡desaparecerá! Aquel déficit... ¡lo haré crecer! Pero la vida no es un espectáculo. Es la madre soltera que paga más por la gasolina, el obrero que sabe que su fábrica no volverá, el estudiante que duda entre un título y un comedor social. Algunos brindarán hoy por la "liberación", la camiseta inculta del día. Otros pensarán en los platos rotos que habrá que pagar. Porque la economía, al final, no puede ser un arte frío de sumar, sino el efecto social que queda tras la fiesta. Y en este caso, el saldo es claro: más deudas, más rencores, menos futuro. Trump no ha traído libertad. Solo nos muestra que vender espejismos es el negocio más rentable... hasta que el sol sale y el agua se acaba. Humo.

* Francisco Rodríguez Fernández es catedrático de Economía de la Universidad de Granada y economista sénior de Funcas