Francisco y la economía

Francisco y la economía
Jordi Alberich
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Las reacciones que han sucedido al fallecimiento del papa Francisco me han llevado a recordar el ya lejano referéndum sobre la pertenencia de España en la OTAN. Entonces, sorprendía cómo los conservadores, tradicionalmente atlantistas, pedían el no, mientras que la izquierda, opuesta de siempre a la organización militar, estaba por el sí. Un despropósito que, afortunadamente, no tuvo mayores consecuencias al ganar el voto favorable por un escaso margen.

Ahora, nuevamente, otro sinsentido: la izquierda, tradicionalmente anticlerical, se ha deshecho en elogios por estos años de papado, mientras que la derecha, mayormente devota, ha mirado para otro lado, confiando que el nuevo pontífice retorne la Iglesia a posiciones netamente conservadoras.

La izquierda se ha deshecho en elogios mientras la derecha ha mirado para otro lado

Buen momento, pues, para releer los posicionamientos más relevantes del Papa que han conducido a esta situación tan paradójica. Así, de estos doce años de pontificado podemos recordar su: “El dinero debe servir y no gobernar; en el mundo no manda el hombre, sino el dinero; el progreso de la inteligencia artificial ha de estar siempre al servicio del ser humano; la economía no puede ser esclava de la especulación financiera y está creando una economía de exclusión; no existe peor pobreza que la que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo; por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar a que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo”; o su apelación a las instituciones públicas para que “exijan responsabilidad ética a las empresas tecnológicas frente al impacto social de sus productos”.

Me pregunto a quién pueden molestar estas consideraciones que, lejos de la radicalidad son, desde una visión doctrinal, una interpretación fidedigna y actualizada del sentido más profundo del evangelio y, desde la perspectiva de una persona de nuestros días, una muestra de sensatez y de defensa de un capitalismo sostenible. Por ello, la reacción de unos y otros refleja de manera evidente la desorientación del momento.

De una parte, la fragilidad de una izquierda que se agarra a cualquier referente con que disimular su dificultad por articular una propuesta política, con que reconducir los excesos de estos años de globalización acelerada y desregulada. Y, de otra, el talante de unos conservadores que, pese a proclamarse católicos, no pueden aceptar que su Iglesia los lleve a cuestionarse mínimamente su comodidad y sus intereses económicos más inmediatos.

Así las cosas, estaremos todos pendientes de este inminente cónclave que, en esta ocasión, irá más allá de la tradicional disputa entre purpurados cardenalicios en clave de poder vaticano. Francisco ha demostrado que la voz del Papa puede resultar influyente en ese magma del que los occidentales, sin el menor asomo de empatía, no sabemos cómo salirnos.

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