Opinión | Colapso eléctrico
Ernest Folch

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Editor y periodista

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El tiempo en la política

Hay quien pretende que en pocas horas sepamos qué causó el apagón cuando cinco años después no tenemos ni puñetera idea de qué causó la pandemia

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Comparecencia de Pedro Sánchez tras el apagón

Comparecencia de Pedro Sánchez tras el apagón / JOSÉ LUIS ROCA

Estaba escrito que la derecha carcunda convertiría el apagón en su habitual ventilador de porquería. Estaba escrito que saldría Feijóo a los pocos minutos a quejarse de que no había explicaciones oficiales y estaba escrito de que, una vez se hubieran dado, diría que eran escandalosamente deficientes. Estaba escrito que Ayuso convertiría el dos de mayo en otra arenga antisanchista y que la prensa del régimen madrileño saldría en tromba, como es tradición, a abrirle otro flanco al Gobierno de izquierdas. Al poder, por supuesto, hay que apretarlo, preguntarle, exigirle, y un apagón de estas dimensiones merecerá explicaciones profundas y también asunciones claras de responsabilidades. Hay indicios para creer que se cometieron algunas negligencias, y a medida que se desvanecen las teorías de un ciberataque aumenta lógicamente la presión sobre Red Eléctrica. Perfecto: estamos en una democracia, y hay que esclarecer lo ocurrido hasta el final. Pero donde se le ve el plumero al aparato central reaccionario no es en su voluntad de fiscalizar sino en su precipitación enfermiza, en esta prisa loca para abalanzarse sobre Sánchez mucho antes de que se sepa qué es realmente lo que ocurrió. El PP ha querido, desde el primer minuto, hacer ver que el Gobierno estaba noqueado y sin reacción, pero no se ha dado cuenta de que la alta complejidad del problema obligaba a una cierta prudencia en la comunicación. El presidente compareció dos veces el mismo día, una al cabo de cinco horas, y otra al cabo de cinco horas más, para explicar lo que el Ejecutivo empezaba justo a conocer. Entre otros detalles, que en cinco segundos se perdió el 60% de la capacidad de toda la red eléctrica del país. Todos los especialistas europeos estuvieron de acuerdo desde el primer momento que establecer las causas del desastre puede llevar semanas, e incluso meses. De ahí que, al revés de lo que proclama histéricamente la derecha, la gestión comunicativa del Gobierno ha sido sensata, en el sentido que había que encontrar un equilibrio entre no quedarse en silencio pero tampoco no enviar mensajes vacíos de contenido.

En una crisis de estas dimensiones, la comunicación no puede ir condicionada por el atropello de las redes sociales, y debe transmitir confianza pero también información creíble. Para tener datos fiables a veces hace falta algo tan necesario como el tiempo, algo que deberíamos aprender si un día queremos ser una sociedad adulta. Los que le reprochan al Gobierno que tardó demasiado en salir dirían también que se precipitaba si hubiera salido a hablar inmediatamente después del apagón. La obsesión del PP en querer convertir cada día de este Gobierno en un Vietnam político le ha llevado a proclamar un apocalipsis sanchista cada semana desde aquel 23 de julio que todavía no han digerido. En España ya se sabe que la derecha, cuando no gobierna, agita el árbol compulsivamente, por lo civil o por lo militar, hasta que cae. Es irónico que tengamos que saber las causas exactas del apagón más masivo de la historia reciente de Europa en apenas 72 horas cuando hoy, más de cinco años después de la pandemia que se cobró millones de vidas, no tenemos ni puñetera idea de qué originó exactamente el coronavirus. Y es que el PP tiene mucha prisa con los otros y muy poca para sí mismo: los 228 muertos de la dana esperan todavía una explicación razonable del presidente que dejó que las horas se fueran muriendo en un restaurante llamado el Ventorro. Se confirma que encontrar el tiempo justo en la política es siempre lo más difícil. 

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