Sigue preocupándonos mucho el asunto de la verdad en democracia. Viendo estos días actuar al atajo de mentirosos que ocupan la Casa Blanca, que nos hacen perder los pocos ahorros y la fe en la política, es normal que así sea. Esta semana tenemos un evento jurídico de carácter histórico -representado en algunas procesiones paganas del norte español- que nos interpela filosóficamente en torno a la extraordinaria figura que inauguró el tiempo en el que todavía transcurre nuestro lecho histórico: Jesús de Nazaret.
Jesús sufrió un doble juicio que le condujo a la crucifixión, cruel método para ejecutar una pena capital que solo podía aplicar el prefecto romano. Primero fue juzgado y condenado por el Sanedrín por blasfemia, máximo delito teológico que castigaba la puesta en cuestión del monoteísmo judío. En realidad, como muestra Ribas Alba en su magnífico libro, en el proceso a Jesús hubo igualmente un componente político porque al autoproclamarse Rey, el hijo de Dios también desafió la autoridad -maiestas- imperial. Pilatos condenó en un segundo juicio a Jesús por sedición sabiendo que no había en él culpa alguna, pero por miedo a tumultos, decidió poner en manos de la muchedumbre la decisión final.
El interrogatorio de Pilatos a Jesús ha trascendido épocas y sigue estando plenamente vigente. El prefecto se preguntó «qué es la verdad» después de que el mesías afirmara que había venido al mundo a dar testimonio de la misma. Algo de razón tenía Kelsen cuando decía que en Pilatos anidaba un cierto resabio republicano romano, pues desde la antigüedad se sabría que la democracia solo puede levantarse sobre un sano relativismo que interprete hechos que consideramos ciertos.
¿Fue un dogmático Jesús? Es posible que con su silencio ante Pilatos estuviera invitando, como recuerda Zagrebelsky, a un diálogo democrático inacabable. Pero el dogma religioso que predicó tuvo un formidable éxito porque se construyó sobre una figura caudillista muy habitual en los procesos de redención populistas que hoy padecemos. La triste figura del Ecce Homo, abandonada por los suyos, enseñaría que los mitos políticos pueden caer rápidamente si no estamos educados en la decepción democrática. Tengan buenas vacaciones.