En unas horas puede que todo este desastroso proceso de paz auspiciado por Trump sea historia. Si había algo que, desde el principio, estaba trazado por Ucrania como una línea roja, es precisamente uno de los siete puntos que aparecen en la propuesta estadounidense como un innecesario caramelo al Kremlin: el reconocimiento de la península de Crimea como territorio de Rusia.
Era innecesario porque de todas las cosas que Vladimir Putin ha exigido estas semanas a EEUU, esta cuestión es la que menos parecía preocuparle, pero es precisamente la que rompe la baraja. Había alternativas señaladas por Ucrania que Volodimir Zelenski sí podía aceptar, como el reconocimiento de facto y el compromiso a tratar de recuperar esos territorios por vía diplomática y no militar. Pero el reconocimiento de iure, o sea, formal y legal de Crimea como provincia rusa con pleno efecto jurídico, lo descabalga todo.
Ante la negativa de Zelenski a aceptar un mal acuerdo, el secretario de Estado Marco Rubio y el negociador estadounidense Steve Witkoff se bajaron de la reunión de Londres a última hora, para así presionar a Kiev. Europa, representada allí por Reino Unido, Francia y Alemania, respaldaron a Ucrania. Macron volvió a insistir: "Europa exigirá respeto a la integridad territorial de Ucrania en cualquier acuerdo de paz". El comentario se produjo después de que el vicepresidente estadounidense, Vance, declarara que tanto Ucrania como Rusia tendrían que hacer concesiones territoriales.
El documento presentado para Ucrania y Rusia ofrece golosas concesiones al agresor y raquíticas e indefinidas contrapartidas al agredido por parte de la Administración Trump, compradora de la mayoría de los mitos propagandísticos sobre los que se pavimentó esta invasión.
Vamos primero a analizar los aspectos que el documento sí define:
1.- El citado reconocimiento de iure del control ruso de Crimea por parte de Estados Unidos.
2.- "Reconocimiento de facto" de la ocupación rusa de casi toda la región de Luhansk y de las partes ocupadas de Donetsk, Jersón y Zaporiyia.
3.- La promesa (por escrito) de que Ucrania no se convertirá en miembro de la OTAN. El texto establece que Ucrania sí podría convertirse en parte de la Unión Europea.
4.- El levantamiento de las sanciones impuestas desde 2014.
5.- Mayor cooperación económica con Estados Unidos.
Para Ucrania el primer punto es innegociable y no pasa a valorar los siguientes, que sí pueden encontrarse dentro de la zona de posible acuerdo. Además, si EEUU reconoce Crimea de iure como rusa, sería la primera vez que sucede desde la Segunda Guerra Mundial y abre la puerta a que mañana otros usen la invasión de territorios soberanos para anexionar regiones unilateralmente.
Vamos con las cuestiones que, supuestamente, gana Ucrania:
1.- "Una garantía de seguridad sólida" que involucre a un grupo ad hoc de países europeos y posiblemente también a países no europeos con ideas afines, pero no a Estados Unidos. Este asunto, que es existencial para Kiev, está sin desarrollar.
2.- La devolución de la pequeña parte de la región de Járkiv ocupada por Rusia. Son dos franjas de terreno arrasado junto a las ciudades de Kupiansk y Vovchansk, enanas en relación a lo que entrega Ucrania.
3.- El paso sin obstáculos del río Dnipro, una medida que sí es positiva pero que sabe a muy poco.
4.- Compensación y asistencia para la reconstrucción, aunque el documento no especifica de dónde provendrán los fondos, que es en realidad lo esencial: quién paga.
Además, se establece que la central nuclear de Zaporiyia, dentro de la zona ocupada por los rusos, se considera territorio ucraniano, pero es operada por Estados Unidos y suministra electricidad tanto a Ucrania como a Rusia, algo que resulta difícil de llevar a la realidad. Si es ucraniana, ¿por qué iba a alimentar el sistema energético ruso? El documento también hace referencia al acuerdo sobre materias primas entre Estados Unidos y Ucrania, una extorsión cada vez más leonina sobre unos recursos naturales aún por inventariar.
Otra de las cosas que ha llamado la atención, siguiendo la lógica del modo de negociar de la vieja URSS, es que Vladimir Putin ya no habla en los términos maximalistas del principio (como exigir las provincias ocupadas completas, además de las zonas conquistadas), porque eso le ha valido para colocar la portería donde él quería, dada la sumisión de los negociadores de EEUU a sus posiciones, conseguidas sin que Washington haya hecho ningún tipo de presión como sanciones adicionales.
Ahora puede conseguir un buen acuerdo que le permita rearmarse durante dos o tres años, ya sin sanciones, para volver a por más cuando se recupere. Un mal acuerdo siempre es la semilla de una guerra aún peor. Ayer Putin aseguró que "Rusia necesita prepararse para nuevas guerras y seguir expandiendo la producción militar". Es tan malo el acuerdo que ni siquiera se exige a Rusia que no vuelva a invadir Ucrania.
El Kremlin ya no pide la cabeza de Zelenski como líder "ilegítimo", sino que asegura que está dispuesto a negociar "directamente con el régimen de Ucrania". Tampoco se escucha ya el argumento de la "desmilitarización" o la "desnazificación", que era comida basura para consumo interno.
Putin está ante dos opciones: seguir la guerra, animado por los turbopatriotas que ha contribuido a alimentar, y conseguir así pequeños avances en los frentes de Ucrania a costes cada vez mayores, prolongando una guerra que militarmente ya no puede ganar tal y como él la concibió, o congelar el conflicto e intentar dominar a Ucrania de otra forma. Porque se trata de eso, de crear un estado inviable y precario al que poder dominar. En ese sentido, Putin puede conseguirlo debilitando a Kiev como entidad política independiente, y este acuerdo, que le quita las sanciones y le permite tomarse un respiro, es una herramienta perfecta.
Putin puede aceptar este documento a diferencia de Zelenski o de los líderes europeos, porque eso le permite quedar bien con Trump y aferrarse a unas condiciones que, en el futuro, pueden no ser tan favorables para sus intereses. Sólo hay algo que al Kremlin le resultaría perturbador en este esquema: el despliegue europeo como fuerza de paz en Ucrania.
Desde Moscú se ha insistido que la presencia de estas tropas sería un factor desencadenante de una nueva guerra. Como explica Sam Greene, experto en Rusia del King's College de Londres, «una fuerza europea debe entrar antes de un alto el fuego o en el momento de su inicio, pero si el alto el fuego se produce primero, es casi seguro que no se desplegará una fuerza de seguridad. Para Europa, es ahora o nunca». Pero los tiempos de Bruselas siempre resultan decepcionantes.
Timothy Snyder, profesor de Historia en Yale, afirma que "volver al statu quo anterior a la guerra no es una estrategia demasiado seria".