De repente todo el mundo habla del estudio japonés Ghibli, los creadores de películas de animación como Mi vecino Totoro o El viaje de Chihiro . Ghibli tiene uno de los estilos visuales más reconocibles y queridos del mundo de la animación.
Unos no lo conocían y han descubierto un mundo de magia. Otros sí y han corrido a compartir sus imágenes en redes. Los incondicionales, en cambio, están muy enfadados y han corrido a criticar quien las compartía. ¿Un error de Matrix?
Hace dos semanas, OpenAI publicaba su nuevo modelo generador de imágenes, accesible desde ChatGPT. Sam Altman lo publicitaba en X con una imagen al estilo Ghibli y cambiaba su avatar por una imagen del mismo estilo. A partir de ahí se abrieron las puertas del cielo y las del infierno a la vez. Las redes se inundaron de imágenes generadas al estilo del estudio japonés, desde lo banal hasta lo sublime, pasando por el mal gusto y la desinformación. Familias con perro convertidas en dibujo, el famoso meme del chico con su novia mirando a otra chica (por cierto, foto tomada en Girona) e infinidad de selfies convertidas en fotogramas de Ghibli.

Una imagen de Sam Altman de estilo Ghibli creada por ChatGPT
Todo el mundo se ha apuntado al carro. Desde la Casa Vicens de Gaudí en Barcelona, convertida en un anime en Instagram, a la Liga Femenina de Fútbol, con imágenes icónicas de las jugadoras en X. El programa La Revuelta publicó una serie de 19 imágenes en Instagram que acumuló más de 50.000 me gusta y miles de comentarios en pocas horas, en su mayoría críticos. Al presentador le dijeron de todo menos guapo. Las fotos ya no están. Cielo para unos, infierno para otros: error de Matrix para todos.
El cielo para creativos, directores de arte y directores de campaña para los que la IA generativa es un lienzo de experimentación ilimitado. Pueden probar, iterar e imaginar, explorando caminos visuales que les eran vetados por razones de tiempo, presupuesto o acceso a especialistas. Un director creativo puede generar con el móvil, un domingo por la tarde desde el sofá, decenas de propuestas para una campaña para Sant Jordi, con distintos motivos, estilos y mensajes.
Este tipo de IA generativa no es determinista –la misma entrada no siempre produce el mismo resultado, como en una calculadora– sino que es predictiva: adivina qué va a continuación a partir de patrones estadísticos extraídos de millones de casos anteriores. Por eso es una herramienta cuando se busca variedad e inspiración y es, en cambio, un estorbo cuando lo que hace falta es precisión, coherencia o exactitud.
Suficiente
Si una imagen es suficientemente buena, ya es bueno para gente suficiente; esto incluye aquellas imágenes generadas de estética confusa, poco trabajada y artificiales
Este cielo creativo es, para otros muchos, un infierno laboral. Para fotógrafos, ilustradores y diseñadores 3D hay un antes y un después del nuevo lanzamiento de OpenAI. Lo que hace pocos meses requería un trabajo de preproducción, cámaras, iluminación, escenografía o de modelado digital, ahora puede resolverse con un rato de conversación con ChatGPT y cuatro ajustes posteriores, a un coste marginal.
Es evidente que una fotografía profesional no es lo mismo que una imagen generada automáticamente –ni en intención ni en proceso ni en sensibilidad–, pero también es cierto que el resultado puede ser aceptable a ojos de la mayoría. También es cierto que con demasiada frecuencia confundimos el dominio de la herramienta con la creatividad: que alguien sobresalga en el uso de Illustrator, Figma o Cinema 4D solo lo hace más eficiente, no más creativo.
Pero este no es el debate. No importa cómo se ha creado una imagen ni qué conocimientos hay detrás si el resultado es el deseado (ver un Warhol). Incluso cuando el resultado es de baja calidad: si el resultado es suficientemente bueno, ya es bueno para suficientes personas. Y esto incluye también el AI slop –aquellas imágenes generadas de estética confusa, poco trabajada y evidentemente artificiales– que, aunque reconocidas como falsas, son tendencia en redes y abren informativos. El impacto no depende de la calidad, sino de las reacciones que provoca en uno u otro sentido.
Desde OpenAI dicen que esto es maravilloso, que la IA generativa democratiza la creatividad, que con las herramientas al alcance de todos vivimos en una nueva era de expresión universal. Pero ese relato, tan seductor como simplista, es falaz por dos razones. Primero, porque demasiado a menudo se confunde la democratización con “facilidad de acceso de los usuarios conectados”, y también demasiado a menudo se utiliza de forma interesada, como un eslogan que esconde desigualdades profundas. En tecnología, como en política, póngase en guardia cuando oiga la palabra “democratizar”.
Porque no, que más gente pueda acceder a una herramienta no significa que se haya democratizado nada. Para acceder realmente los beneficios de la IA generativa es necesario disponer de un dispositivo, conexión a internet y al menos 20 euros al mes que vale la licencia básica de ChatGPT. Una barrera que deja fuera, como mínimo, a los 2.502 millones que no tienen conexión a internet.
La segunda razón es que la afirmación “todo el mundo puede ser creativo” no tiene sentido. La creatividad no es binaria –o se tiene o no se tiene–, sino un gradiente; el mero hecho de vivir ya implica la resolución creativa de miles de problemas cotidianos.
Todos somos creativos, pero no todo el mundo ha podido desarrollar su voz, encontrar su lenguaje, tener el tiempo, el espacio, los recursos y la formación como para que los demás se lo puedan reconocer y ganarse con ello la vida. Cuando pensamos en creatividad, nos vienen a la cabeza nombres como Picasso, Warhol o Banksy, pero hay oficinistas de gestoría tanto o más creativos a la hora de realizar declaraciones de renta.
Barreras
Que más gente pueda acceder a la IA no significa que se haya democratizado: hay 2.500 millones de personas sin internet
Por eso es necesario dar el valor real a las palabras. Democratizar la creación no es que todo el mundo pueda generar imágenes placenteras con un par de clics; es que todo el mundo pueda acceder a una educación, a unos recursos y a unas experiencias vitales que le permitan expresarse de manera única, y si tiene talento y suerte suficiente, además, que se pueda vivir de ello. El riesgo es que confundamos acceso a la IA generativa con creatividad y acabemos premiando la repetición formal al por mayor por encima de la autenticidad de la creación única.