CRÍTICA DE LIBROS
'El dedo en la boca y Las estatuas de agua', de Fleur Jaeggy: una de nuestras raras
Tusquets recupera en un solo volumen dos notables 'nouvelles' de la autora suiza de origen e italiana de adopción
Marcel Schwob, sociedad secreta

La escritora suiza de origen e italiana de adopción Fleur Jaeggy, autora de 'El dedo en la boca y Las estatuas de agua'. / ARCHIVO


Anna Maria Iglesia
Anna Maria IglesiaPeriodista
"Brillante y salvaje", así definió Susan Sontag a Fleur Jaeggy (Zúrich, 1940), a la que ninguna etiqueta le va bien. Jaeggy es de esas escritoras raras, como lo pueden ser Ingeborg Bachmann, Marcel Schwob, Agota Kristof, Robert Walser y Elfriede Jelinek. Todos ellos, empezando por la propia Jaeggy, son algunos de esos raros de la literatura que aparecen, en palabras de Sergio Pitol, "como una planta resplandeciente en las tierras baldías o un discurso provocador, disparatado y rebosante de alegría en medio de una cena desabrida y una conversación desganada".
Decía Pitol que los libros de los raros son imprescindibles por "su valentía de acometer retos difíciles que los escritores normales nunca se atreverían". Y en esa valentía está la extraordinaria capacidad de Jaeggy de sorprendernos, inquietarnos y desconcertarnos con cada uno de sus textos, relatos extensos y novelas breves, regidos principalmente por el lenguaje y donde la peripecia queda casi completamente desdibujada.
Elementos esenciales
'El dedo en la boca' y 'Las estatuas de agua' son dos notables 'nouvelles' que nos adentran en el mundo literario de la escritora suiza de origen e italiana de adopción. Sin duda, su obra maestra es 'Los hermosos años del castigo', publicada originariamente en 1989, sin embargo, en estos dos textos que ahora recupera Tusquets en un solo volumen (hace una década los publicó por separado y por primera vez en castellano Alpha Decay) y que se editaron en 1968 y 1980 encontramos los elementos esenciales de la literatura de Jeaggy: los espacios cerrados, la soledad de sus personajes, los silencios y las voces entremezcladas, la violencia latente, la idea de extranjería plasmada en el uso de expresiones en otras lenguas (la autora escribía en italiano), la suspensión de la trama y el lenguaje como único pilar.
"Una cierta glacialidad también revela sentimientos", dijo en una ocasión la autora, y buena prueba de ello son estos dos textos lacónicos y poéticos, oscuros y bellos
En 'El dedo en la boca' nos encontramos a Lung, una joven que sigue metiéndose el dedo en la boca. Le gusta ir en tren y pasear al aire libre, pero ha pasado mucho tiempo recluida en una clínica. Padece un trastorno mental, pero no se nos dice cuál. Escuchamos su voz, donde se filtran otras –¿reales? ¿imaginadas?–, escuchamos su relato, algo confuso, donde los tiempos se entremezclan. Lung no siempre habla en primera persona, a veces parece desdoblarse y mirarse desde fuera. De ella sabemos que tiene un primo llamado Félix, un tío que ejerce de padre y una madre indiferente. La voz de Lung es lo que sostiene la novela; son sus divagaciones y sus reflexiones las que arrastran al lector hasta un final en el que nada concluye: simplemente llega el silencio. Porque "si hacer es una manera de decir", la inactividad es la falta de voz.
En 'Las estatuas de agua', por el contrario, hallamos a Beeklam, un hombre que vive solo en un subterráneo de Ámsterdam únicamente acompañado de su servicio y de una serie de estatuas con las mantiene una extraña relación de dependencia y dominación. "Me inclinaría a pensar que aquí se esconde una de las relaciones más profundas que existen: soy su esclavo, al igual que él es el mío", afirma Beeklam, quien, en sus escasas salidas al exterior, deambula sin meta como también lo hace la pequeña Katrim, que avanza lentamente, pues "no tiene prisa por llegar a ninguna parte". 'Las estatuas de agua' tampoco concluye: un cinematográfico fundido en negro cierra la novela.
Violencia latente
En ambos relatos la violencia está latente: el encierro en el sanatorio y el desprecio de la madre, en el caso de Lung, y la crueldad de su padre, en el caso de Beeklam. Como en Agota Kristof, la violencia –incluso la crueldad– lo envuelve todo, sin necesidad de ser explicitado. Quedan suspendidas, rodeadas de silencios. Beeklam y Lung hablan, cuentan, pero ¿hay alguien que los escuche? Son dos extranjeros, dos seres expulsados del mundo, recluidos y encerrados en espacios con poca luz y en sí mismos. 'El dedo en la boca' y 'Las estatuas de agua' son dos textos lacónicos y poéticos, oscuros y bellos. "Una cierta glacialidad también revela sentimientos", dijo en una ocasión Jaeggy, y es así: aquí la glacialidad el desamparo y la soledad de dos seres en un mundo cruel que los excluye».

'El dedo en la boca y Las estatuas de agua'
Autora: Fleur Jaeggy
Traducción: María Ángeles Cabré Castells
Editorial: Tusquets
224 páginas.19,90 euros
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