Resulta agotador dedicar un ratillo a desbrozar a Pedro Sánchez. El presidente congrega una corte de hooligans camuflados como tertulianos, periodistas -las nuevas generaciones de periodistas buscan colocación como operadores de los ministerios; los viejos periodistas sienten fascinación por su pegada mediática-, políticos de todos los partidos -la ostentación del odio también sirve a la causa-, influencers de la industria política -las María Pombo del relato- y votantes. Es la Jeoffrey Mecánica: el servicio de mayordomos alimentado a base de argumentario, ideas precocinadas y verborrea de imitación.
Caer en la cuenta de que este cuerpo de élite del peloteo es invencible lleva su tiempo. Por cada desactivación de un androide programado para defender a Sánchez, aparecen diez más. Así que el mejor ejercicio es establecer un cordón sanitario, por emplear una de sus expresiones favoritas hasta que puso de moda la palabra «resiliencia», y establecer una rutina que evite pasar cerca de cualquier sucursal dedicada a la fabricación de sanchillismos.
El fallo del sistema eléctrico hace inevitable describir a Sánchez otra vez en el interior del lugar al que pertenece. Es la condena de la actualidad. Sánchez lleva a cabo una resistencia frenética contra la esencia de la que está hecho. Tiene la ambición de mostrar una versión sofisticada cuando, en el fondo, es el hombre de la puerta de atrás, el Rey Midas de la cutrez: todo lo que toca acaba siendo una chapuza. Por mucho que invoque de todos los modos posibles un Sánchez regenerado, con aires de estadista, armado con la mercadotécnica de los Action Men, no logra escapar a su destino de yerno de Sabiniano Gómez, desterrado por sus propios compañeros del partido a la Santa Elena del Peugeot, compadre de José Luis Ábalos y reyezuelo de las periferias. El hombre que resulta tiene el aire viciado y el político al que encarna siempre será candidato a la autoinmolación a cambio de atención. Está contado: el perfil psicoanalizado de Sánchez es otro de los lugares comunes de la prensa.
Quiero decir que el ejército de Évoles ya ha colgado en las paredes de sus dormitorios la lista de pruebas marcadas como superadas por su Hércules a lo largo de la legislatura como si hubieran encontrado a la gran estrella del pop. Sin embargo, la pandemia del coronavirus, la parálisis de Filomena, los estragos del volcán, la tragedia de la Dana, las consecuencias de la guerra de Ucrania, el apagón e Iván Redondo no son una muestra de su grandeza, sino la marca, crisis a crisis, de su estado crónico de provisionalidad, de la escenificación de la solución aunque a veces no exista, o sea, las vistas del sanchismo.